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Y llegó la medalla, y con ella, el perdón

Ayer cayó finalmente una medalla más, ahora en marcha y fue en la disciplina de los 20km por Lupita González, de Tlalnepantla. Y menciono de dónde es porque yo crecí en Naucalpan, pueblo vecino así como lo es Atizapán. Y ganó la medalla de plata por muy poco después de una marchista del equipo chino. Lo más sorprendente de Lupita González fueron sus primeras declaraciones: «pedir perdón por no responder en el último trayecto«.

20 kilómetros después, gota gorda sudada, años de esfuerzo y lo que tenía en mente Lupita fue pedir perdón por no haber conseguido el oro, que tan cerca lo vio y tuvo. Y se dirán mil cosas acerca de su actitud, de su logro, de lo difícil que fue llegar, de su familia, de la CONADE, de que es mujer, de que es marachista, etc. Sin embargo, ese pedir perdón fue lo que más valió, creo, la pena de su logro. No porque lo tenga que pedir o porque nos ha defraudado ni mucho menos sino más bien porque ese pedir perdón demuestra su ambición por llegar a ser la primera y al mismo tiempo, muestra su verse frustrada por no conseguirlo. Fue el ya-merito pero en ese caso no fue el celebrar el segundo lugar sino el enrabietarse por esas décimas de segundo que no pudo vencer.

Y todo esto es importante para responder a todo aquel que cree en las generalidades, en los determinismos genéticos o culturales, y demás cosas. Es una bofetada a todo aquel que piensa que los mexicanos somos conformistas y que somos fácil de satisfacer; que nuestra pobreza nos ha hecho tímidos y ninguneados, y que nos contentamos con un segundo lugar. ¡No! En México, como sucede en todo el mundo, hay gente que busca ser la mejor y que se decepciona por no serlo a pesar de haber logrado lo que muy pero muy pocas personas logra. Muchas gracias a Lupita González por demostrar un espíritu tan mexicano como lo es universal: la insatisfacción por lo conseguido como motor constante de ambición para ser mejores.