Nos sorprende cuando sabemos de alguien a quien le quedan dos meses de vida; cuando en realidad todos podemos estar viviendo los últimos dos meses de nuestra vida. Nos impresiona cuando a un ser querido le diagnostican cáncer y lentamente se va consumiendo por dentro; cuando todos nos consumimos día a día, lentamente, con pensamientos y actitudes destructivas, hacia nosotros mismos y hacia los demás. En nuestro interior habitan tumores más grandes que un cáncer. Puede habitar una profunda tristeza disfrazada de bromas y risas; una insatisfacción personal enmascarada de proyectos exitosos; una carencia afectiva detrás de una envidiada vida social. Tumores que nos restan energía y van matando nuestro ser.

Veo a mucha gente interesada en cuidar su cuerpo, en estar en forma y dentro de su peso ideal, pero emocionalmente consumidos en tristeza, angustia e infelicidad. Convivo con ejecutivos intelectualmente interesantes, pero emocionalmente desconectados de sí mismos. Conozco directores que lideran equipos de trabajo exitosos, envueltos en una lucha interna para no mostrarse vulnerables. Trato con personas sumamente talentosas, con un gran miedo a descubrir lo que hay en su interior. Como si tocar fondo fuera de perdedores. Como si aceptar que ya no puedes más, te quitara el derecho a ser amado y admirado. Como si reconocer que ya no sabes cómo seguir, te restara valía.

¡Todo lo contrario! ¡Disfrutar la delicia de caminar sin cargas – sin tumores – es de las cosas más lindas que existen! Ese momento cuando uno se rinde y se deja llevar por su intuición más que por su razón, es cuando surge una versión mágica de nosotros mismos, algo mucho mejor que la versión que estamos dejando atrás y que tanto miedo nos daba enfrentar. ¡Surge nuestra sanación, nuestra libertad, nuestra ligereza, nuestro verdadero yo y una hermosa y auténtica felicidad!

Escrito por Alejandra García Olascoaga