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Méxicaneando a la colombiana

Ayer era una colombiana ansiosa de estar presente en Ciudad de México. Hoy les escribe la misma colombiana, contagiada de este presente mexicano que me recibió con locura (y no lo digo por el gasolina, ni por el TrumPazo). Mañana mi alma colombiana tendrá sin duda un sabor diferente a México. Atrás quedaron los estereotipos que tanto daño nos hacen. No es casualidad que haya llegado a este increíble país. Porque sí definitivamente no es para todo el mundo. Acá hay lugar para los arriesgados, los que quieren probar todo sin miedo a nada. La Ciudad de México es rara, es imperfecta, es mágica pero también es muy real y te deja vivirla con la dosis justa de esas ciudades sorpresa.

Su caos perfecto, su diversidad infinita, su inmensidad interminable, su cultura insaciable y deseosa (hoy más que nunca) de un cambio, hace parte del virus mexicano del que me dejé contagiar, no como colombiana, tampoco como latina, sino como ciudadana de querer vivir en un mundo que nos sorprenda. He pisado otros cuantos lugares de esta tierra. En algunos me he detenido por más tiempo. Los he transitado, los he vivido, me he enamorado y también me he desilusionado de ellos. Tenía a México en mi radar, no precisamente por sus monumentos, ni por su comida, ni su artesanía, sino por ese «no sé qué» que aún me cuesta descifrar y que me atrae cada día más y más a habitarla, a vivirla, a mexicanearla.

Y mexicanearla es esa rutina que se me convirtió en mi deseo de seguirla descubriendo a diario con su gente, con sus historias, con sus olores, con sus sabores. Esa misma de la que te antojas vivirla desde adentro, desde su ritmo caótico, con sus personajes que la habitan, que la transitan, que la hacen tan propia, y tan única en este universo ansioso de cultivar y mantener ciudades tan infinitas. Gracias, México, por sorprender a quienes estamos dispuestos en dejarnos llevar por un poco de locura y cordura en un mismo lugar. ¡Que viva México! Pero que viva, para quienes sin ser mexicanos la vivimos y sentimos como si fuéramos protagonistas de su propia historia, esa misma que nunca termina de contarse.

Escrito por Andrea Moreno