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La dictadura, la democracia y los tres tristes tigres.

Hace un día salió un meme en donde se mostraba la cara de Franco, el dictador español, y leí su título: «Si hubiera sabido que así votarían, hasta yo habría hecho elecciones». Y trivializando un poco un tema tan fuerte como una dictadura, es curioso ver que las sociedades realmente, y tristemente, tenemos muchas veces el gobierno que nos merecemos. Y no lo digo como un final dramático de película setentera sino como una forma de reconocer que lo que para muchos es criticable y despreciable, para otros es totalmente aceptable y hasta deseable. Si Franco hubiera hecho elecciones, tal vez habría ganado continuamente. Y lo triste es imaginar que habría ganado por decisión del electorado.

México es un buen ejemplo del gobierno que tenemos. Tuvimos al mismo partido durante 70 años. Y podemos tratar de justificarlo en la corrupción electoral, en los delitos, en la represión y en todos los trucos de un gobierno sucio por permanecer en el poder. Sin embargo, el poder del electorado racional se mantuvo con firmeza hasta que llegaron las elecciones, y salía desde cualquier esquina el electorado de hueso duro, aquel que siempre vota por el mismo pero no solo eso, aquel que vota por quien le digan, por el kilo de arroz o simplemente porque si no vota por el que le dicen, pierde la chamba. Aún así, el argumento de la inocencia del electorado servil y borrego, se diluye cuando vemos que el PRI duró 70 años. Salió del gobierno y regresó. Y sigue haciendo lo que le plazca, ganando entidades federativas como Hidalgo, Estado de México, etc. ¿Cómo es posible que siga ganando si todos sabemos lo corrupto que es? Pues tal vez la respuesta triste es que la votación democrática dictamina que ese es el gobierno que quiere.

Y lo que no vemos los que tratamos de cambiar el mundo de forma racional es que queremos tal vez dos mundos que son incompatibles: la democracia y el bien común y racional. Queremos pensar que la mayoría hará lo mejor para todos y asumimos que el resultado será una decisión de bien común. Y este es, seguramente, el problema. Nos ha faltado ver que lo que quiere la mayoría no siempre, o casi nunca, será el bien común, entendido como un bienestar en el que todos seamos parte. Las mayorías hablan y si queremos seguir siendo democráticos, entones debemos aceptar que merecemos nuestros gobiernos. Por malos y inútiles que sean, claro está, si seguimos pensando en la democracia. Pensar en otro camino, tampoco es deseable porque ya lo ha dicho la historia con sus dictaduras, sus reinos y otros sistemas anacrónicos. Tal vez es verdad que es necesario repensar la democracia y ver que si algo funcionó en Grecia hace 2500 años, no tiene necesariamente va a funcionar ahora. Tal vez la democracia también es ancrónica.