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Desde la dehesa, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré recorriendo la dehesa salmantina. Es un vasto territorio donde los árboles de encino se esparcen en lontananza. El también llamado campo charro es albergue donde se crían muchos toros de lidia en amplios terrenos y se les ve reunidos en múltiples manadas también llamadas toradas. El calor en pleno verano, con temperaturas superiores a los 34° C, y un paisaje tan típico de la comunidad autónoma de Castilla y León son elementos que dan la impresión de cierta armonía que marca el ritmo del paso lento, calmado y gallardo de los toros que estan a la vista. Tal parece que todo tiene un ritmo monótono –no por aburrido, sino por regular, por cíclico.

 

Si la naturaleza nos ha enseñado algo es que existen ciclos, desde las estaciones del año, las temporadas de cosecha hasta las temporadas de lluvia. Dichos ciclos han determinado la vida de las distintas civilizaciones humanas, incluso el humano ha tomado el ejemplo que le brinda la naturaleza para fundar sus propios ciclos en una especie de creación de un tiempo cíclico, un tiempo redondo más que lineal. El inicio de un calendario escolar que lleva hacia un fin de cursos que será seguido por otro inicio escolar; el auge, desarrollo y término de administraciones gubernamentales que a su vez serán sustituidas por otras administraciones; incluso los llamados ciclos económicos que hacen de las crisis económicas eventos cíclicos y cada vez más recurrentes son fruto de la necesidad que el ser humano tiene de regularidad, de rutina, de hábitos que una vez establecidos le generen el lugar propicio para producir y reproducir la sociedad. Sin embargo, a veces los ciclos son perturbados por eventos disruptivos, los planes son modificados so riesgo de fallar y nuestra rutina es sorprendida por lo inesperado. El aviso de que no habrá clases, un cambio profundo en la administración pública, nuevas formas de hacer economía son ejemplos de lo que puede romper ciertas regularidades, ciertos ciclos.

 

En mi caso, mientras disfruto la monotonía del ritmo de la dehesa salmantina, aquello que irrumpe esa monotonía son los seres queridos que me acompañan. Su presencia y compañía hace único algo tan cíclico como la admiración de este paisaje. La intención común de compartir un momento, lo vuelve único. La fraternal compañía, es decir la amistad, es la principal disrupción de nuestro ciclo de vida. La verdadera amistad cambia nuestra vida y nos hace descubrir algo más en aquello que creíamos conocer a la perfección…y hasta en nosotros mismo.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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