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Desde el Olimpo, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré regresando al alma máter. Como orgulloso egresado de la coloquialmente conocida como facultad de polakas muchas de mis tardes universitarias estuvieron dedicadas a ir a los alrededores de dicha facultad. En particular, el área de institutos apodada como el área de los pitufos –por pequeños y azules- fue el escenario cotidiano para ir a conferencias, presentaciones y demás eventos académicos que muchas veces me abrieron el panorama actual de las ciencias sociales en nuestro país.

 

Recuerdo que en épocas de exámenes y dada la cercanía con la facultad, ir a la biblioteca del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) era la mejor opción puesto que siempre estaba libre, en silencio y tenía ese aroma agradable de centro de investigación a diferencia de la ruidosa y atiborrada biblioteca de la facultad. Ya en el posgrado, la biblioteca del IIS era de las mejores opciones para conseguir bibliografía especializada que de otra manera era inaccesible.

 

Como estudiante me impresionaba ver a los investigadores más renombrados caminando por los pasillos del instituto, verlos en persona, asistir a sus ponencias y demás actividades me hizo construir una imagen del lugar muy cercana a una especie de ágora donde doctas y eminentes personalidades marcaban la pauta de la investigación nacional. Una vez fuera de las aulas poco a poco deje de ver a los inquilinos del IIS como semidioses –error de todo estudiante- y empecé a valorarlos más por sus contribuciones académicas que por sus leyendas. Aunque debo confesar algo: nunca dejé de ver al Instituto como el Olimpo pacífico donde el conocimiento florece.

 

Hoy a casi una década de haber dejado el campus, en una especie de periplo regreso al auditorio del IIS, ya no como público sino como ponente. Sentado en el estrado entre internacionales y respetables colegas no dejo de ver la cara de nóveles estudiantes con pluma y libreta en mano. Aún no abrimos la mesa y ellos ya nos miran con admiración, justo como hace una década lo hacía yo. Los miro a la cara y veo mi recuerdo reflejado en sus inocentes facciones y ojos ávidos de conocimiento. Es mi turno de hablar y casi mecánicamente sin pensarlo inicio mi turno diciendo “Es un verdadero honor estar aquí con ustedes y de regreso en mi alma máter, ésta tarde les quiero compartir parte de mi investigación…”

 

Nunca olvidé la calidez y sencillez de aquellos profesores, de aquellos ponentes que no deseaban iluminarnos ni apantallarnos con su conocimiento sino que simplemente deseaban compartirlo con nosotros sin esperar otra cosa más que nuestra auténtica atención. Hoy y desde hace un par de años es a mí al que le toca compartir. Espero estar a la altura de los ejemplares profesores que tuve, y que la admiración que les tengo sea suficiente para no perder su ejemplo, y ser digno de estar en el Olimpo.

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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