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De otros demonios

Tuve una discusión en alguna ocasión con gente del mundo editorial. En resumen, la discusión se trataba en relación con la tendencia de muchas librerías de incluir en su catálogo muchas, pero muchas cosas más que libros. Desde carteras, termos, libretas, discos (obvio) y mil cosas más. Es más, entró el tema de por qué tendría que haber cafetería en estas librerías. Y la verdad, trato de entender la posición más ortodoxa de una librería clásica, pero no me convence ninguno de sus argumentos. La librería es un negocio tanto como lo es una tienda de abarrotes, un bar o una tienda de ropa.

Evidentemente no lo es tanto. Una librería es un negocio que promueve, en general, la cultura. Vende cultura, cosa que no sucede con OXXO. Y no tengo nada en contra del OXXO. Solo quiero decir que la librería ofrece algo más intangible, siendo curiosamente, un centro de distribución de tangibles pesados.

La diferencia radica en que tendemos a creer que la cultura es elitista y purista. Que debe permanecer en el tiempo como fue pensada originalmente o por lo menos, como nos la imaginamos gracias a las películas y las novelas (las de papel, no las de televisión). Y olvidamos que estos locales son negocios que deben sobrevivir de cualquier forma. Deben adaptarse a las tendencias del mercado. Si no, morirán. Yo apreciaba, en mi discusión, el mero hecho de que las librerías siguieran abiertas aún en un mundo de tan poca cultura general como lo es nuestro país, en donde leemos, me parece, medio libro al año.