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Ojos de campesino le faltan a la ciudad

“Despierto a las 6 am, hago mis cosas, lo que’s. Atiendo mi casa, también trabajo. Enviudé hace 10 años, fue muy buen hombre… ¿Cómo le hago?, pos le busco y encuentro, hago mi lucha. Tengo 2 hijos pero no me atengo a ellos. Trabajo en la pizca desde tempranito. Cuido una huertecita y trabajitos que no faltan, aunque la ven a una de mujer y piensan que una sola no puede pero ¡también somos fuertes, si podemos! A veces la gente no sabe que las mujeres del campo también podemos…” comenta Lucha mientras caminamos hacia su casita de adobe en Jamé, y me regala una mirada con esos ojos redondos y profundos llenos de paz.

En La Efigenia, Don Armando con mirada franca y verde aceituna refleja el paisaje y nos comparte: “es bonita la tierra y más bonito es trabajarla. Te levantas a las 4am. Tomas café de olla pa’que huela sabroso y caliente la casa. Le das los buenos días a la mujer. Labras la tierra. Pa’cuando vienes la mujer ya trabajó, da gusto, la ayudas y te ayuda… Cuando ganamos dinero, ella lo cuida, pa´sostenernos, pa’darle trabajo a otros amigos del pueblo, pa’crecer. Hay mucho pa’cer, ¡hacerlo y disfrutarlo! Si no, no sirve. La tierra no produce y uno tampoco. El rancho daba hasta 6,000 cajas de manzana.  Se vendía a precio justo. Ahora prefiero regalarla porque la quieren comprar muy barata y venderla muy cara… No me gusta que abusen de la gente, mejor la regalo al que quiera, al amigo que toque la puerta y venga en paz. Total, no falta gracias a Dios. Les ofrezco manzana, un taco y mi amista’, verda’ vieja…”

Lucha y Don Armando no se conocen. Están separados por enormes montañas, ambos viven en la Sierra de Arteaga, Coahuila. Campesinos cuyo común denominador son esos ojos que con respeto aprecian los paisajes y se nutren de colores y emociones. Ojos que disfrutan del arraigo y amor por lo que hacen, por los suyos. Capaces de construir identidad colectiva para el bien común, ante las necesidades de otros se desprenden de lo material compartiendo lo que poseen. De mirada fresca para corresponder al saludo franco y a la actitud de paz. Ojos que ven hombres y mujeres fuertes para ser, hacer y disfrutar de la vida, ¡cómo va!, sin prisa, y sin abandonar la lucha. Ojos que agradecen y reconocen en su pareja la importancia de su rol. Ojos que toman unos minutos para respirar, despejar la mente y alejar el enfado. Ojos campesinos que sin duda nos faltan a quienes vivimos absortos en la rutina apremiante de la ciudad.

Escrito por Araceli Guerrero

Gracias a María de la Luz Espinoza De Peña y a Don Armando De la Cruz por su confianza y hospitalidad

Visita Arteaga, Coahuila, Pueblo Mágico

En septiembre, Feria de la Manzana

Editado por Resilientemagazine.com