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Me quieres o no, ¡carajo!

Esta es la breve historia de todo empresario. Nace, emprende, sufre, vuelve a nacer y vuelve a sufrir. Si todo va bien, volverá a emprender y si todo resulta como está planeado, morirá feliz. Pero he aquí algo de lo que no se habla tanto desde las escuelas de negocio en donde la administración, las finanzas, el marketing y la contabilidad son importantes son ejes primarios: la felicidad de comenzar y todavía aún más de comenzar de nuevo.

Esta felicidad perfectamente contradice todo canon del empresario en donde éste se frustra, sufre, es vencido y casi pierde hasta la camisa. ¿Cómo va a ser feliz un empresario si tiene que vivir con constante presión y con constante estrés?, preguntaría cualquiera.

La respuesta no la sé pero podría comenzar a buscarla al decir que todo el mundo tiene estrés, todo el mundo tiene presión y todo el mundo se frustra. Sin embargo, ¿qué hace al empresario diferente? Sospecho que la gran diferencia es su capacidad ilimitada para sentirse insatisfecho. Y no lo digo en término negativo de psicoanálisis sino en función de la búsqueda de nuevas oportunidades, de nuevos caminos, de nuevos proyectos; tantos como si los que uno ya tiene sobre la espalda no fueran suficientes. ¡Sísifo, tú serías empresario!