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La magia entre nosotros

Magia … cosa en la que soñamos y creemos fielmente cuando somos niños. Conforme pasan los años y los golpes de realidad, dejamos de creer cada día un poco más. ¿Crees que el dejar de creer es parte de convertirnos en adultos?

 

De ser así, he de confesarte que me parece muy triste el que al ser adultos, automáticamente dejemos de creer en la magia. Deberíamos hacer todo lo contrario, encontrar magia en cada rincón, en tu taza de café favorita, en un abrazo o el brillo que irradia una sonrisa. Sé que no es una tarea fácil, en ocasiones nosotros mismos nos encerramos en el día a día y nos sumergimos tanto en nuestros pensamientos  y problemas que sin darnos cuenta, automáticamente descartamos esos pequeños destellos de magia que la vida nos regala. Para mí, eso es solamente un paso más para convertirnos más en  personas de reluciente metal.

 

No te voy a mentir, la verdad es que viví en carne propia la pérdida de magia en mi vida, o al menos la percepción de haberla perdido. Fue hasta que un buen día, en un llamado para seguir existiendo, la magia se presentó de maneras distintas.

 

Por alguna extraña razón, si viajas en transporte público y te tomas unos minutos para evaluar a las personas que van contigo en él, notarás una nube gris sobre todos, miradas bajas y semblantes llenos de vacío. Fue justamente develando ese pequeño descubrimiento de mi día cuando una señora y una niña con Síndrome de Down se subieron al vagón.

 

Me sorprendió cuando en lugar de sostenerse del tubo para no caerse al avanzar el transporte, la niña comenzó a hacer poses de lo que adiviné como ballet. Traía un vestido rosa y un moño del mismo color sujetando su cabello, pero lo más bonito de ella era la luz que irradiaba su sola presencia. Poco a poco esa nube gris que inundaba el vagón se disipó a cada giro que ella daba. Creo que todos en ese momento pensábamos lo mismo, se veía preciosa, pero solamente una señora que reemplazó el vacío en su semblante por una sonrisa, se atrevió a decírselo. Al escuchar eso, la niña se abalanzó sobre ella en un tierno abrazo para después volver a hacer una pose de ballet con actitud de estar presumiendo sus maravillosas dotes artísticas, recuerdo que la sonrisa que se dibujó en su rostro valía más que cualquier cosa que puedas imaginar.

 

Y la magia apareció.

 

Caminar sin rumbo, por alguna razón es una de las cosas que más disfruto hacer, aunque en realidad hace mucho tiempo no lo hacía, justo hasta ese día que en lugar de tomar mi camino habitual para regresar a mi departamento decidí seguir. Poco recuerdo el camino que tomé y en realidad no estoy segura de haber sabido hacia dónde iba. Sumida en una tormenta de pensamientos, no me di cuenta de que el cielo había decidido carme encima. Empezó a llover como nunca y aunque mi primer reacción fue correr hacia un lugar con techo, mis pies no avanzaron. Plantada en el suelo con mis tenis favoritos empapados, miré al cielo dejando que las gotas recorrieran mis mejillas e inundaran mi cabello.

 

Y la magia apareció.

 

Es en esos rincones inesperados de la vida en donde te puedes llevar las mejores sorpresas y descubrir lo maravillosa que es la magia entre nosotros.

 

Vívela y vuelve a creer en ella así como lo hacen los niños.

 

 

Escrito por Laura Mendoza

 

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