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Kant vs el mirreyismo: hacia un progreso moral

A 15 minutos de haber despertado enciendo la radio. He de confesar que me sentí mal al estar sintonizando el noticiero  –con las consiguientes noticias sobre secuestros, decapitaciones y asesinatos en Morelos- mientras  una pequeña comía su desayuno. Como no puedo hacer que la justicia llegue pronto a este mundo,  decidí mejor dirigirme al modular para bajar el volumen. Lamento reconocer que Kant –ese filósofo prusiano del siglo XVIII- no ha acertado en muchas de sus profecías con respecto a la especie humana y su comportamiento moral. ¿Moralidad? ¿Quién emplea esa palabra hoy?, ¿Acaso los padres, los maestros o, mejor aún, algún funcionario público? Curioso es que casi tres siglos atrás, Immanuel Kant escribía: “Se puede decir, en el estado presente del hombre, que la felicidad de los Estados crece al mismo tiempo que la desdicha de las gentes […] Pues, ¿cómo se puede hacer felices a los hombres, si no se les hace morales y prudentes?” Kant percibió en la sociedad una tendencia hacia la cultura y civilidad pero no hacia la moralización. Dicha cita apunta a la realidad que afrontamos cada día, en la que hemos naturalizado el estado de descomposición del ser humano en cuanto a la convivencia con sus semejantes.

Siempre con tintes optimistas propios de la época ilustrada, Kant veía en la razón del ser humano la capacidad de dirigir sus acciones para “progresar continuamente hacia lo mejor”, por medio de lo que llamaría “la semilla del bien”, misma que si no es guiada e instruida en las facultades debidas jamás germinará. Así mismo, el filósofo de Königsberg sustentó un progreso, no en términos materiales o intelectuales, sino en la moralidad. Es aquí donde Kant se apoya de la educación, no aquella que consiste en llevar a los niños a una institución, sino aquella educación que desarrolla la moralización, es decir, que inculque el criterio con el cual se escojan los buenos fines –entendidos como aquellos que son aprobados por cada uno, es decir, de manera individual, y que al mismo tiempo pueden ser fines para todos, es decir, para la humanidad.

Y ¿dónde se compra tan prometedor producto?, quizás se pregunten algunos aprendices de mirrey. Para que el ser humano sea moral, es preciso que sea cultivado desde los primeros años de vida, aquellos que parecen de la menor importancia y que muchos padres ocupan para únicamente poner un lindo moño en la cabeza de su crio. Traslademos la idea moral kantiana de progresar continuamente hacia lo mejor a la constante tarea de mejorarse a sí mismo, lo cual implica un grado de complejidad ya que estamos determinados más por la tendencia hacia la ambición, ociosidad, avaricia, envidia y holgazanería. Descubramos pues aquellas habilidades que nos lleven a desarrollar  nuestra semilla del bien y, sobre todo, seamos prudentes en acto y verbo para vivir con civilidad.

Escrito por Marlene Yáñez, filósofa de Guanajuato

Editado por Resilientemagazine