Home / Inspiración  / Hologramas para San Valentín

Hologramas para San Valentín

Hay de tragedias a tragedias. Desde la tragedia en la que se te acaba el azúcar en la oficina, o aquella en la que te cancelan un proyecto, o que tu suéter favorito se manche de tinta negra cuando intentabas resucitar un lapicero. Tragedias más grandes son aquellas que dejan un vacío en tu corazón y aquellas que a las dos de la mañana ni Tinder, ni Netflix, ni la televisión por cable con toda su carta de películas románticas cursis, juntos lograrían superar. Eso mientras no pongan a la venta… un holograma de esa persona que tanto te hace falta.

«Ahora usted ya no necesita extrañar a la persona, olvide desgastar su mente intentando recordar cada detalle, despídase de ir a la cama con nostalgia, tenga frente a usted a la persona que tanto desea”. Correría a comprarlo feliz al centro comercial. Al recibir la asesoría personalizada del especialista en animación, sólo sugeriría algunas cuantas mejorías: «un poquito más alto y más rubio por favor. ¿Podría ponerlo como si llevara un año yendo al gimnasio?». El asesor cumpliría sin chistar mis deseos (después de todo no sería un servicio barato) y al cabo de unas horas sería la feliz poseedora de un doble de quien deseas. Llegando a casa me sentaría frente al pequeño cubo de madera laminada que, encerrado en un corazón de silicón, tendría su nombre. ¡No me resistiría en adquirir la versión personalizada! Una proyección de alta definición emitiría una imagen de un tipo casi copia exacta, y claro, con una pequeña, ligerita, tuneada.

Sin embargo, sé muy bien que pasada una semana, regresaría a la tienda y pediría devolución ¡Este tipo es tan… tan… poco como aquella persona lo era! De entrada y platicando con una amiga que también adquirió el suyo- y la desgraciada gastó la mitad que yo porque estaban en rebaja- llegamos a la conclusión de que a ambos los hicieron un poco patanes. No corre vida por este objeto, solo humo y lucesitas. Habrá que esperar por la versión dos o la actualización.

Escrito por Rosa Lydia Alarcón