Una cuba, una cerveza, un trago de tequila parecen inofensivos pero para nosotros es lo que calma la sed, lo que calma nuestro vacío interno. Es entidad que no nos deja ser felices. No podríamos decir en qué momento exacto es que empezó todo, en que momento se volvió nuestro refugio o nuestra felicidad momentánea. El problema y la solución a todo.

Vemos con envidia y recelo a quien puede tomar solo una, a quien bebe por diversión y esparcimiento. No sabemos lo que es eso. Necesitamos dejar de saber donde estamos y no acordarnos de que estemos vivos. Lo necesitamos tanto como lo odiamos. Secretamente lo repugnamos pero amamos de que exista.

Despertar y no saber ni dónde ni con quién es nuestro pan de cada día. Vivimos por eso. No nos importa el sabor, nos importa el efecto. Sentimos la decepción y preocupación de nuestros allegados pero eso no calma nuestra necesidad. No calma nuestra ansiedad.

Sobrevivimos cada día esperando a que el siguiente sea mejor. Lo único que en verdad podemos hacer es esperar el próximo trago, el trago definitivo que nos llevará a la inconsciencia, siempre teniendo en mente lo que tomaremos después. Siempre sorteando las consecuencias de nuestros excesos.

Nunca podemos parar. No existen limites ni moral para nosotros. Sabemos que nos hacemos daño, que esta espiral de desiciones no nos llevará a ningún lado salvo la muerte. Somos a quienes ven arriba del hombro. Quienes siguen ahí perdidos mientras el mundo se pone a funcionar. No sabemos de días, menos de noches. El amanecer no apaga nuestro espíritu.

Estas ganas que sentimos de estar y no estar. Pensamos pretextos y excusas para quienes nos juzgan y quienes no nos entienden.

Pensamos que en algún momento pararemos, que sobra vida. No nos damos cuenta. Nos creemos inmunes, somos todo poderosos y valerosos hasta que la fantasía se esfume, Y volveremos a empezar de nuevo sin saber hasta cuando…