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Escribir por escribir. Notas de un regreso

Julio llegó con maleta en mano, chamarra de piel y lentes de sol. Se postró en la puerta y dio tres leves golpes sobre ella. La calle estaba vacía y la sensación de soledad se respiraba en cada rincón.  No era una tarde cualquiera: llena de coches estacionados, niños corriendo detrás de un balón, el perro de la vecina postrado en el portón, los murmullos, los gritos o el sonido del viento. Nada parecía tener vida aquel día. Julio volvió a caminar por aquellas calles que ahora no reconocía. La sensación del destierro recorría aquella calle.  Le bastaron unos segundos para reconocer aquella casa, la misma que una vez lo vio salir para nunca regresar, o eso pensó.

 

La noche era mala consejera, decía Julio. Fue una noche cuando su madre descubrió su verdadero Ser, sí, en mayúscula. Descubrió quién era y hacia dónde iba. Descubrió su mundo detrás del telón, ese espectáculo que renacía cada noche. Su madre lo descubrió, la mujer que lo amaba como nadie más se sintió traicionada, sufrida. Desde esa noche las noches nunca volvieron a ser igual.

 

Doña Mari estaba sentada en el sofá, pensando y repasando lo que había sido de su vida entre retratos y vivencias de un tarde de mayo. Recordaba a Julio, el único de todos los hijos que pensó nunca la abandonaría. Así fue hasta aquel trágico día en que todo cambió, «justo hoy hace siete años que no se nada de ti», susurro. Una lagrima recorrió sus mejillas y el dolor se aceleró como todos los años. Sonó la puerta y con dificultad se puso de pie. Tomó una servilleta y limpió sus lagrimas. Tomó un poco de agua y se acercó para abrir la puerta. Fue en ese momento que el universo explotó. Cayó el vaso y cientos de cristales rodaron por el piso, el Big Bang sucedió, una galaxia nació.

 

Escrito por David Pérez