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Desde  Rivadavia, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré buscando alojamiento a lo largo de una de las calles más largas del mundo. Los humanos tenemos la filia de buscar esos detalles o características que hagan especial un objeto, incluso que nos permitan incluirlo en un record. Nos gusta saber cuál es el edificio más alto, el avión más veloz, el hombre más inteligente y toda una serie de detalles que más parecen encaminados a hacer más gordo el libro de records Guinness que en realmente apreciar lo especial y único de nuestro mundo.

 

Se dice que a principios del siglo pasado la calle Rivadavia contaba con 69 kilómetros de largo. La calle obtiene su nombre de Bernardino Rivadavia, el primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, otrora el Virreinato del Río de la Plata durante la dominación española. En la actualidad la calle Rivadavia inicia a un costado de la Casa Rosada, la residencia del titular del ejecutivo nacional –en donde también se alojó Bernardino Rivadavia- y termina a una distancia aproximada de 35 kilómetros hacia el oeste. Paralela y subterráneamente la línea Carabobo-Plaza de Mayo del metro –el llamado subte– acompaña por poco más de 8 kilómetros a la calle Rivadavia. Caminar por la larga calle permite atravesar distintos ambientes incluso historias. Uno puede pasar por los edificios que albergan instituciones de importancia como el Congreso de la Nación, el Banco de la Nación o la Catedral Metropolitana, o bien por cines especializados en películas no comerciales como el Cine Gaumont, o pasar frente a mulatas que venden caricias pero no amor en la Plaza Miserere. Rivadavia permite conocer Buenos Aires a cada cruce de calle, a cada semáforo, a cada paso.

 

Tras caminar un aproximado de 50 cuadras -yo no las conté fue el cálculo que un amable oriundo hizo tras contarle mi recorrido- encontré más que un rincón seco y no tan frio donde pernoctar, encontré lo que por ahora y durante un tiempo -espero- será mi hogar. El reto ahora es sobrevivir no a las ausencias, sino a los menos de 10° que envuelven las noches y madrugadas porteñas.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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