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Desde Muertos, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré, como cada año decorando la ofrenda para mis muertos. Este año en particular es diferente, la clásica chimenea de ladrillo fue sustituida por bases forradas de papel china y si bien la ofrenda es más modesta, nuevos elementos como granos de teocintle, reales, caballitos y una botella de vino se agregan a la clásica veladora, papel picado, calaverita de dulce y flor de cempasúchil.

 

Entre más pasa el tiempo más me convenzo de la gran impresión que la festividad del día de muertos genera en los extranjeros. No pocas veces, amigos de otras latitudes me han preguntado sobre dicha festividad e incluso han relacionado el culto a la Santa Muerte con el Día de Muertos. Lo que siempre he respondido es que más allá de ser tanatofílicos o adeptos a una secta con sede en el Barrio Bravo, el Día de Muertos es una tradición que nos lleva a recordar a nuestros seres queridos. Ya sea pasando el día en el panteón, colocando ofrendas en casa, escribiendo calaveritas, comiendo pan de muerto con los amigos, la fecha nos permite hacer presentes a aquellos que se quedaron en el pasado. No voy a defender la pureza de la tradición, pero sí voy a reconocer que como toda acción humana, siempre se agregan nuevos elementos y se mezclan otros hábitos. Entre Halloween y Hollywood existe una disputa por ver quien se mezcla más en nuestro bello día de muertos. Películas infantiles con canciones pegajosas compiten con la verbena popular de los panteones municipales y muchos creen que el día de muertos se resume a poner fotos y velas en casa…triste el caso de aquellos ingenuos que pierden el color, los olores, pero principalmente la riqueza de una tradición que aún hoy, reconozco que no entiendo totalmente. No la comprendo pero la siento, la siento en cada aroma de la comida colocada en la ofrenda, del ocote quemado y de las flores extendidas. El Día de Muertos no se explica, se siente.

 

Y así, recordando no sólo a mis muertos sino mi mortal condición -el chiste se cuenta solo- me alegro de ser mexicano en un día dedicado a algo tan universal como a la calaca tilica y flaca. Y una vez más, es evidente que junto con las tristezas vienen alegrías…o por lo menos unos buenos tamales.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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