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Desde Melomanía, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré observando al melómano que llevo dentro. Cada mañana, más que para revisar si hay mensajes nuevos, estiro la mano desde la cama para encender el reproductor del teléfono móvil. En un rito matinal, mecánicos pasos me llevan a la cocina. Chanclas en pies y celular en la mano camino en línea recta hasta la pequeña barra de formáica. La música se interrumpe por la estridente licuadora que tritura mi barra de amaranto entre medio litro de leche de almendra. Acordes ochenteros a cargo de The Midnight acompañan mi desayuno mientras clavo mi vista en el horizonte lo más lejos que la ventana de este tercer piso me permite. Al tiempo que lavó mi vaso y utensilios mis pensamientos regresan del horizonte a lo mundano y terrenal, ahora es algún arreglo de Melodic Instrumental Rock lo que suena. El rito sigue. No uso alarmas, simplemente sé que mi esbozo de purificación matinal no debe tardar más de dos canciones entre iniciar y terminar la ducha con todo y oración incluida. El día inicia.

 

A lo largo del día, en la calle hay muchas oportunidades para escuchar nuevos sonidos, algunos de ellos música que embelesa a los primeros acordes, otros simplemente ruido con el que ciertos individuos anuncian, pregonan sus gustos en extremo limitados, pobres. Tengo la bendición de poder trabajar en un lugar donde los audífonos son opcionales y donde en las ocasiones que prefiero no usarlos mi música no interrumpe la concentración ni el existir de alguien más. Así, tras algunas horas de recorrer el playlist que por años he ido construyendo pasa el tiempo y a veces suenan rolas añejas que vienen en combo junto con recuerdos de un rostro, de unos besos o de sonrisas.

 

De regreso en la calle procuro nunca usar audífonos, por seguridad –nunca se sabe cuándo habrá un sonido de alarma- y por educación a quien podría hablarme y yo ignorar distraídamente. Así como para mí esta prohibido usar audífonos en la calle, en el transporte, en el gimnasio y demás lugares públicos, es obligación propia enchufar mis blancas bocinas salmantinas en mi computadora a la hora de cocinar, de abrazar, de limpiar o de escribir en casa. Y bueno, cada determinados meses meses –tres para ser más exacto- cierto dejo de melancolía se me adhiere cual tatuaje y la mejor forma que tengo para exorcizarla es escuchando una canción secreta antes de dormir. El día acaba.

 

Cierto es que el 22 de noviembre es el día internacional del músico con todo y su patrona Santa Cecilia. Reitero que es el día en que se celebra a los músicos, más no es el día de la música; ese es a diario y ésta a cargo de todos los melómanos que damos gracias por la música. Por esa sal de nuestras historias y que incluso se convierte en nuestra amiga, la mejor.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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