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Desde la Universidad, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré recordando los muchos congresos de estudiantes a los que en mis tiempos mozos asistí. Recuerdo congresos de sociología en Aguascalientes, de economía en Puebla e incluso de género en Cuba. La experiencia de convivir con jóvenes en espacios académicos y de solaz esparcimiento es de los valores agregados que más recuerdo de mi etapa como estudiante universitario. Es claro que dichos eventos y encuentros académicos para muchos significaban –y siguen significando- barras libres en algún otro estado de la República. El provecho que uno como estudiante puede obtener de tales eventos es similar al provecho que uno puede obtener de los libros que lee; puede usarlos para apoyar la pata coja de la mesa del comedor o bien para templar un poco más ese espacio de intima conciencia llamado alma.

A unos días de la conmemoración anual del movimiento estudiantil de 1968, en particular del acaecido en la ciudad de México, contrasto el papel del estudiante sesentero de ese momento con el papel del estudiante contemporáneo. Cierto es que en los sesentas se daba el caso de que los estudiantes leían clandestinamente textos de orientación marxista en sus clases de economía, incluso algunos forraban las portadas de sus libros para no llamar la atención de la policía política al leerlos en espacios públicos alejados de la universidad –por ejemplo en el camión o en los parques. Por otra parte existían los marxista de sobaco, los cuales como parte de su vestuario cargaban algún libro de Mao Tse Tung, Lenin, etc. debajo de la axila y que jamás era siquiera abierto.

Hoy veo estudiantes en quienes la inmortal frase del Che se materializa, «ser joven es ser revolucionario». Jóvenes que hacen brigadas de alfabetización-salud, que estudian, piensan y escriben incansablemente pero que también contribuyen a mejorar su casa, su barrio, su colonia, su municipio, su estado, su país. Jóvenes con un vigor y voluntad tan excepcionales que -por qué no decirlo- se contraponen a sus pares a los que en mi tiempo de estudiante llamábamos frezapatistas –chicos que se creían revolucionaros por tener playeras de maraca Furor con el rostro del Che-  y cuyos herederos hoy serían aquellos jóvenes que entienden la universidad como un club social, y no como un espacio crítico de formación, reflexión y acción, donde existe la creencia de que por medio de hashtags y soliloquios que citan autores muertos se puede cambiar el mundo. El 2 de octubre conmemoraré a aquellos que se atrevieron a creer en un mundo mejor y que vilmente fueron engañados por sus propios verdugos al ser entregados a las huestes de un ejército asesino. Pero a la par celebraré a todos aquellos jóvenes que piensan, que reflexionan, que no secuestran camiones sino conciencias, que por sobre un “¿qué otras buenas noticias nos tiene señor Presidente?” deciden cuestionar el informe de gobierno y poner el dedo en la llaga, que actúan y que no se dejan engañar por verdugos disfrazados de líderes, por mesías politiqueros, por impiadosos frentes religiosos. Celebro a los jóvenes estudiantes que colaboran hombro a hombro entre ellos por un mejor país y un mundo más pleno.

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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Editado por Resilientemagazine