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Desde la intimidad, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré hurgando en un diario ajeno. Desde pequeño he tenido posiciones encontradas con esos registros personales y a veces secretos que llamamos diarios. No es que no me gusten, es que en su momento, la idea de dejar por escrito pensamientos o juicios íntimos me llevaba a pensar que tarde o temprano serían leídos por quién-sabe-quién. El no tener la certeza de quien podría leer esas privadas líneas tuvo como resultado que por muchos años descartara la idea de iniciar un diario. En todo caso lo que sí hice fue llevar una especie de bitácora, puntual, sintética y lo menos comprometedora posible.

 

Quizá la excepción de mi constante reticencia a llevar un diario se dio cuando estuve tres semanas en la sierra, dónde a falta de poder hablar con alguien mínimamente empático me cerré en una especie de terapéutico dialogo con mi diario de campo. Aún me rio cuando recuerdo la angustia que sentí al ver que con cada día que avanzaba mis hojas de papel se iban agotando. Pasar la página para iniciar una línea era algo así como ver morir poco a poco a mi único confidente en esa vasta montaña de Metlatonoc, Guerrero.

 

En efecto los diarios tienen mucho de terapéutico, incluso he sabido de quienes llevan un diario de sus sueños. No imagino la particular escena de estar escribiendo, aún adormilado, los saldos que una onírica noche dejó.

 

En fin, como lo escribí al inicio, en esta ocasión tuve la oportunidad de toparme con un diario muy sui generis. El diario de la primera pareja de este planeta: Adán y Eva. En un pequeño texto –seguramente hay muchas hojas perdidas después de tantos años- se encuentran por separado las impresiones de los padres originales de todos nosotros. Resalta el hecho de que Eva es la única consciente de la importancia histórica de las líneas que escribe. Por otra parte Adán sólo escribe sus frustraciones y uno que otro conflicto que encuentra al vivir primero en el Edén y luego en esa tierra “…de la cual tendrá que obtener su alimento a partir del sudor de su frente.”. Hitos como la primera vez que Eva y Adán se vieron, la asignación de los nombres de todo lo creado y demás sucesos son plasmados de una forma tan jocosa y humana como sólo la maestría del inmortal Mark Twain podría lograrlo. Diarios de Adán y Eva es una obra muy corta pero feliz, digna de ser disfrutada, incluso leída en voz alta, acompañado de su Eva –o Adán- preferidos.

 

Al final, Twain nos acerca con humor a la esencia de un diario, es decir aquello que el corazón escribe con amor y sin tapujos.

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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