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Desde la grava, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré tratando de controlar mi respiración para no perder ritmo. En la Ciudad de México existen diferentes lugares para hacer ejercicio, pienso específicamente en mis favoritos para correr: el Bosque de Tlalpan, Viveros de Coyoacán, Chapultepec y el circuito deportivo de Ciudad Universitaria.

 

Recuerdo que desde la preparatoria un grupo de amigos y yo nos íbamos cada sábado a correr en la pista de viveros y aprovechábamos para practicar saltos en sus verdes prados. Posteriormente, y de forma más o menos individual el bosque de Tlalpan se volvió una especie de catarsis para mí, puesto que me tomó algunos meses entender que para subirlo corriendo uno debe tener un fuego interno que lo impulse a subir sus pendientes de hasta 45 grados. Con respecto a Chapultepec, la historia es un poco diferente. Siempre lo he visto lleno de gente los fines de semana, sin embargo a partir de convivir con cierta aficionada a la carrera y de ir muy temprano en la mañana me tocó conocer un Chapultepec muy distinto, amplio, limpio y solitario, ideal para correr en pareja…y a la larga solo. Por último el circuito de Ciudad Universitaria, específicamente el que está cerca del estadio universitario, es un excelente lugar para dejar que los músculos de las piernas trabajen mientras la mente se distrae apreciando las bellas formas del estadio y su escultura central de los juegos olímpicos, aquella que tiene un cóndor y un águila en los flancos.

 

No pocas veces correr, se ha vuelto mi salida, mi forma de procesar el constante cambio, el constante azar de la vida. El ritmo de un paso, el control de la respiración y el esfuerzo de abrir la zancada son directrices claras para llegar a casi cualquier meta –y no hablo sólo de correr. Cualquiera que haya corrido bajo la lluvia en Viveros de Coyoacán se sentirá identificado con la siguiente escena: El cielo nublado empezando a tronar, la pista empieza a vaciarse de corredores por el anuncio de las primeras gotas de lluvia, pero uno sigue su marcha. Al tronido de la grava bajo los propios pies se le agrega el olor a tierra mojada, ese que vuelve frio el ambiente pero también lo purifica, pero uno sigue su marcha. La lluvia cae en su totalidad, los charcos se empiezan a formar, cierta arcilla que los rodea se vuelve resbalosa y si uno no tiene cuidado puede caer, pero uno sigue su marcha. El ambiente ahora es frio, la ropa empapada en su totalidad se vuelve un peso inesperado, pero uno se concentra en la respiración y nota el vapor que sale de su boca en cada exhalación, justo como lo haría un tren que saca humo por el esfuerzo; el esfuerzo de seguir adelante por más carga que lleve; quizá uno se ha vuelto un tren en exceso pesado, pero uno sigue su marcha. Por más que arrecia la lluvia la flama interior de uno se expande para cumplir con la cuota diaria de kilómetros por correr, la lluvia y no las lágrimas empiezan a nublar la vista y uno pierde visibilidad –cortesía del astigmatismo-, es el color rojo del camino de grava lo que ahora guía el paso y uno se da cuenta que esta más que empapado, de que los músculos duelen, de que el paso trastabilla, de que el corazón se acongoja y de que se va corriendo pese a toda adversidad…pero uno sigue su marcha, porque así debe ser.

 

 

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

 

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