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Desde La Caravana, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré escuchando muchas opiniones respecto a las caravanas de migrantes centroamericanos que vienen del sur. Las posiciones no sólo se limitan a declararse a favor o en contra. Muchas de ellas aluden directamente a la calidad del sentido humano y dignidad de las personas.

 

Por una parte están aquellas personas que declaran su abierto apoyo a los migrantes y le exigen al gobierno mexicano y a la sociedad en general que actúen con un sentido de solidaria hermandad. En el otro extremo están los seguidores de pensamientos maniqueos, que reducen la tragedia humanitaria a simples frases como “Que se vayan, aquí no queremos más pobres ni ladrones” son pequeños Trumps que desde su burbuja en redes sociales supuran la mezquindad que la amargura les ha dejado.

 

El fenómeno de la migración es tan antiguo como la humanidad, en las escrituras se encuentran enunciados que prohíben regresar a cosechar un terreno previamente cosechado con el fin de que aquellos frutos que los cosechadores no hayan visto sean para los viajeros que transitan por los campos. Más aún en los primeros años de la iglesia católica, las familias siempre debían tener un cabo de vela dispuesto y sentarse a la mesa con un lugar vacío previendo que algún viandante o peregrino tocará pidiendo alojamiento y comida. Y bueno, a principios del siglo pasado, sin tantos controles en las fronteras, el mundo era un campo libre para ir y venir. La posición del migrante es de las más vulnerables y más cuando se encuentra en tránsito, y la vulnerabilidad se acrecienta con la hostilidad, el temor y la violencia de personas sin amor ni respeto al prójimo y a su desgracia.

 

Ahora bien, es difícil sostener las líneas anteriores cuando los que migran cuentan que a sabiendas de que en su país la realidad era complicada y que los medios de subsistencia eran nulos celebran el nacimiento de su sexta hija en tierras extranjeras. Más allá de juzgar, simplemente me pregunto por qué seguir trayendo hijos a la personal tragedia. Es una tragedia tener que abandonar el propio país sin más de lo que uno lleva puesto, es desgarrador no saber qué comerá la familia, ya no el día de mañana sino hoy mismo. Y ante tal tragedia no veo las razones para siquiera desear compartirla con un hijo, o con dos, o con tres, o con cuatro, o con cinco o con seis hijos. A los hechos entiendo que fue más fácil unirse para salir del país y doblegar los controles migratorios del sur de México que unirse para luchar por un cambio en el propio país o región. Me asalta otra pregunta: Si bien la frontera sur y el caricaturesco Instituto Nacional de Migración dejó pasar a los migrantes, las autoridades migratorias del vecino país del norte se distinguen por seguir la ley -sea o no justa- por lo que no es probable que éstas últimas actúen como sus endebles pares mexicanos. Entonces, los que ahora son migrantes muy probablemente serán NUESTROS migrantes. En un país como México con 50 millones de pobres, con dramas nacionales como los impunes asesinatos de mujeres; la hambruna cíclica en la Sierra de Chihuahua; las fosas comunes en que se han convertido ya no sólo pueblos sino estados completos ¿Estos migrantes vienen a aportar en la lucha de una mejor vida para TODOS los que habitamos esta tierra o simplemente estarán de paso teniendo los hijos, que a su consideración, el Estado, la caridad o alguien más les pueda mantener?

 

En el norte del país durante mucho tiempo vivieron menonitas, quienes por la inseguridad –el crimen organizado no sólo los extorsionaba, sino que asesinó a varios de sus líderes- y por haber terminado con la fértil tierra –ellos se la acabaron- han empezado a irse del país. Sólo estaban de paso. Unos llegan y otros se van, lo que permanece es el infierno o el cielo por el que estemos dispuestos a luchar, independientemente de la nacionalidad y de la buena caridad. Hermanos, sean bienvenidos a nuestra lucha.

 

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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