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Desde  Huizachtepetl, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré subiendo el Huizachtepetl, también conocido como Cerro de la Estrella en el oriente de la Ciudad de México. Amén de vivir tantos años en la Ciudad de México, es la primera vez que visitó el Cerro de la Estrella. Dos grandes conocedores del sitio guían el recorrido: Bety y Roberto. La primera es historiadora y cronista de Iztapalapa y el segundo geógrafo y viajero incansable. Subimos no por el camino pavimentado sino por los senderos del lado este.

 

Roberto nos explica que para valorar –y dimensionar- el importante acontecimiento que cada 52 años se realizaba en la cima del cerro es mejor subir por dichos senderos. De camino Bety nos platica sobre las casi 100 cuevas que existen a lo largo del Cerro de la Estrella. Algunas son usadas para poner altares y realizar ceremonias, otras son usadas por parejas retozonas o bien para consumir bebidas alcohólicas. Me impresiona la facilidad con que lo sagrado y lo profano convergen constantemente en dichas cuevas donde lo mismo se encuentran ofrendas florales y veladoras que empaques abiertos de preservativos y botellas de cervezas.

 

En algún punto de nuestro recorrido hacía la cima Bety nos muestra la Cueva del Renacimiento. En dicho sitio existe una oquedad estrecha que permite salir de la cueva si y solo si uno se arrastra y hace cierta fuerza en brazos y piernas. En el solsticio de invierno hay personas que una vez adentro de la cueva y a manera de renacimiento salen por dicha oquedad en un simbólico renacer. Independientemente de estar lejos del solsticio de invierno Bety nos invita a emular la práctica, nosotros accedemos y desde nuestra muy personal subjetividad cada quién renace en un bello día de octubre. Tras renacer, seguimos nuestro andar hacia la cima, nos asombramos con los petroglifos –marcas centenarias en las rocas-, Roberto nos muestra el Teocintle, algo así como la planta a partir de la cual evolucionó el maíz hace miles de años y que se encuentra en varios punto del Cerro de la Estrella  y por fin llegamos a la cima donde nos maravillamos con una vista de 360° de la Ciudad de México –el único punto donde semejante proeza es posible, Roberto dixit.

 

Entre las ruinas de lo que fue uno de los sitios más sagrados de nuestros ancestros Bety nos habla sobre la ceremonia del Fuego Nuevo, aquella que en tiempos prehispánicos la civilización del Anáhuac realizaba cada 52 años y que groseramente resumo cómo la ceremonia que revitalizaba el universo para evitar que la obscuridad engullese todo lo existente. La última ceremonia de Fuego Nuevo que se tiene registrada fue en 1507 y a pesar de que en años recientes cada año se busca realizar una conmemoración de dicha ceremonia, Bety nos adelanta que para el año 2027 se tiene la intención de celebrar exactamente la emblemática fecha en tanto se cumpliría a cabalidad el ciclo de 52 años –si no me creen hagan la suma.

 

Bajamos de la zona arqueológica y antes de retirarnos visitamos el museo de sitio y se nos expone la problemática de los asentamientos irregulares que poco a poco van acabando con el cerro y sus áreas naturales en total impunidad. Si bien todos merecemos tener un hogar existe quien no tiene reparo  en invadir, destruir –rellenar de cascajo cavernas milenarias- y seguir apropiándose cada vez más de un sitio que fue sagrado para una civilización y que hoy resguarda tesoros históricos y naturales. Nunca como en esta etapa de mi vida había dimensionado la necesidad de tener un hogar más allá de un lugar donde pernoctar, sin embargo conseguirlo a expensas de despojar flora y fauna –legítimos habitantes- de sitios como el Cerro de la Estrella dice mucho sobre nuestra vulgar y egoísta forma de vivir. El despojo de un hogar para mí es de lo más bajo, imperdonable.

 

Así, renacido y rumiando los sinsabores de ese animal raro llamado ser humano dejo atrás el Cerro de la Estrella y avivo mi propio Fuego Nuevo para alumbrar el promisorio futuro e impedir que las tinieblas engullan lo mejor de mí pasado…aunque ya se hayan adueñado del hogar de mis abuelos.

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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