Home / Viajero  / Desde  el Gaumont, viajero

Desde  el Gaumont, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré haciendo honor a esa vieja costumbre de aprovechar el miércoles de cine. Recuerdo buenos tiempos de camino al cine Van Dyck en donde en cada película acostumbraba llegar una hora antes de la función para conocer un lugar donde poder comer una ración, tomar una cañay ver la vida pasar. De todos los sitios cercanos al Van Dyck en donde hice pie, fue en el Bar Mary donde más placer y guisos disfruté. Ahí aprendí a pedir el guiso “en paloma” –es decir servido sobre un trozo de chicharrón-, aprendí que la aparente hostilidad de los que atienden no es personal sino general, incluso ahí fue donde conocí a otro mexicano y tras mediar una pinta de cerveza esa misma noche nos fuimos de marcha, digo de fiesta. Años después regresaría a ese Bar y les compartiría a mis convidados el gusto por la variedad de platillos que se exhiben en la vitrina-barra.

 

Ahora la historia es más o menos similar, ya no hay raciones ni pintas, pero hay café, medias lunas, una vida que no deja de pasar y también hay miércoles de cine barato. El cine Gaumont, que hace referencia al viejo pionero francés de la industria cinematográfica Léon Gaumont, es un lugar donde se exhiben películas no comerciales. El Gaumont, junto con la Biblioteca del Congreso de la Nación,  el mismo Congreso, la librería de la Editorial Universitaria de Buenos Aires y el teatro Liceo –el más antiguo de la ciudad- forma parte de ese enorme rectángulo que enmarca la Plaza del Congreso. Afuera, en la entrada del sitio se puede comprar una bolsa de pochoclos – las clásicas palomitas- que curiosamente son más caras que la misma entrada. Las reseñas de las películas se encuentran impresas borrosamente en hojas tamaño carta pegadas en dos columnas a la entrada. La pequeña y borrosa letra hace que sea una cuestión de suerte la elección de una película interesante; algo así como el clásico volado que me implicaba ir a ver una película en la Cineteca Nacional.

 

Finalmente, tras una hora de ver El Espanto,  la curiosa historia sobre la capacidad de curación que muchos habitantes de una población rural tienen, las luces que se encienden en la sala marcan la hora de regresar al frio clima de la urbe. Como bien dijo Aristóteles, “…el ser humano es un animal de costumbres” y yo me siento feliz de que independientemente del paralelo, el miércoles de cine barato siga siendo una costumbre…y de que la vida no deje de pasar.

Escrito por Erick Aguilar

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

Facebook