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Desde  el Escape, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré escapando de un bloqueo carretero. Es frecuente que al salir a pista existan mil y un vicisitudes probables de suceder: pinchadura de llanta, perderse en el camino, falla mecánica, llegar tarde a la salida del autobús y por consiguiente perderlo, pero hay un riesgo que hasta hace poco tiempo ni siquiera tomaba en cuenta pero que poco a poco va escalando lugares en mi lista de probables vicisitudes, me refiero a los cierres carreteros. En general y dada mi preferencia por la velocidad prefiero hacer uso de autopistas más que de las carreteras federales –que no tienen casetas de peaje.

 

 

En esta ocasión la única forma de salir de un atolladero de buses y autos de varios kilómetros bajo el rayo inclemente del sol y llegar a tiempo a mi siguiente cita en la Ciudad de México fue veredear por las intrincadas colonias del Valle de Cuauhnáhuac en dirección a la carretera “libre”. Un carril de ida y un carril de vuelta, la carretera federal siempre me ha causado respeto; debe ser porque a los 16 años con toda la inexperiencia y al intentar rebasar a un auto por poco termino embarrado en el frente de un Torton que venía en el carril contrario. Tras varios años de experiencia y de desarrollar cierto gusto por la adrenalina en pista incluso aprendí a rebasar en la carretera libre hacia Poza Rica, aquella que entre pesados camiones, curvas cerradas y densa neblina deja nulo margen de error al volante. Admito que aún hoy rebasar en sentido contrario me causa cierto escalofrío en la base del cráneo -en ese punto donde el cuello se une a la parte trasera de la cabeza- sin embargo una vez que rebaso al primer auto, no puedo renunciar a la dicha –quizá hasta gozo- de rebasar a los que sigan. Repito, ni el tiempo ni la edad me han quitado ese gusto por la adrenalina en pista. Tatuses testigo de ello.

 

 

En algún punto del trayecto por la carretera federal, habiendo dejado atrás Huitzilac y antes de entrar a San Miguel Topilejo llego a un tramo que tiene una historia particular para mí. Sin entrar mucho en detalles la historia se resume muy brevemente en que en alguna ocasión dejé de corretear autos por ir a corretear Cuadrántidas. Que no fue hasta ese tramo que las logré alcanzar, y que curiosamente esa vez fui amonestado por la policía de caminos no por exceso de velocidad sino por mi presencia sospechosa en dicho punto. Esa noche aprendí mucho y me quedaron claras otras tantas cosas que afortunadamente la adrenalina que en estos momentos mi cuerpo genera al rebasar cuanto auto tengo enfrente me obliga a dejar de recordar y eventualmente no volver a pensar. Esos pensamientos se quedan atrás junto con ese sitio particular que ahora veo desde mi retrovisor. El olvido no es opción sin embargo…hoy sé que soy más veloz que mis recuerdos. Que así como en pista, los ojos van al frente y nunca atrás. Que el ritmo de la aguja del velocímetro no es otra cosa más que el latir de mi corazón emocionado excesivamente por lo que viene a gran velocidad. Y finalmente, que lo que suena no es el motor que ruge cada que acelero para rebasar, lo que se oye es el furor de la voluntad de ir más allá de lo jamás imaginado.