Al tiempo de caminar por la vida, me encontré en una especie de retiro. En la Inglaterra medieval, conforme se acercaba el invierno las actividades que implicaban viajar eran suspendidas. Pienso, por ejemplo, en los médicos barberos que transitaban entre distintas localidades a bordo de carromatos. Al llegar el invierno suspendían su andar y esperaban hasta la primavera del próximo año para continuar con su trabajo. Era el fin de una temporada y el inicio de otra. Lo anterior es el origen del termino temporada (season) del mundo anglosajón, termino que viajó hasta nuestros días y que el día de hoy se aplica a periodos de actividad tanto en deportes como en series televisivas.
El fin de temporada me remite a lo que he aprendido de unos años a la fecha, que cada fin de año, el ritmo del trabajo, de los proyectos, de las cosas por hacer se va haciendo más lento conforme se acerca el último día del año. Al principio me desesperaba ver cómo a partir del 12 de diciembre las citas se postergaban y se reagendaban hasta principios de enero. Actualmente respeto los fines de temporada, y procuro moverme con el tiempo en aras de no desesperar. Así, entre brindis de fin de año, tráfico decembrino, encargos para enero y citas canceladas tomo mi mochila, cargo mi laptop, afilo mi pluma y tomo un bus hacia algún lugar en donde la espera se vuelve apacible, en donde los niños se despiertan temprano, donde las tardes son para hornear pan de ajo, las noches para ver la temporada favorita de la serie preferida y la compañía arropa el frío diciembre.
Empiezan a formarse planes para la Noche Buena y para celebrar el año nuevo, este es el primer año que mi plan es no-tener-plan. En fin, voy cerrando el año en espera de nuevos inicios, recargando pila para continuar viejos esfuerzos pero principalmente voy fluyendo con el tiempo para no perder más de lo que sanamente se debe perder con el paso de los años.
Escrito por Erick Aguilar
Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido
