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Desde el Museo Británico, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré remembrando las salas del Museo Británico en Londres, Inglaterra. Sería injusto hablar de dicho museo sin poner su historia e importancia en perspectiva. Imaginemos que hace aproximadamente 250 años hubo un país en cuyos territorios, dominios y colonias vivía 1 de cada 4 seres humanos que habitaban el planeta; un país cuyo dominio sobre los mares era tal que no se disparaba un cañón de un barco sin que dicho país se enterase; un país que debido a su expansión y dominio territorial aglutinó y almacenó muchos vestigios -de diferentes civilizaciones a lo largo y ancho del globo- considerados importantes, valiosos o raros. El lugar que se decidió albergaría dichos vestigios es lo que actualmente llamamos museo británico.  En su mejor momento el Museo británico era una especie de poderoso buscador de internet, si querías conocer qué o quiénes eran los egipcios bastaba con que en lugar de teclear “E-G-I-P-T-O” fueras hacia la sala de Egipto para ver de primera mano los sarcófagos de faraones poderosos y apreciar muchas cosas más. Incluso hubo un sabio –Karl Marx– que en la primera mitad del siglo XIX escribió gran parte de su obra literaria a partir de la comprensión que logró sobre la evolución humana y sus formas de producción y todo gracias a sus ires y venires por las exposiciones y piezas que se exhibían en el museo británico.

La evolución humana ha quedado registrada no sólo en museos o en libros de grandes autores. La evolución humana es el conjunto de hábitos que realizamos diariamente como seres que conviven pacíficamente en sociedad. Quizá el elemento más evidente de nuestra evolución sea la capacidad de cooperación, de solidaridad y de entendimiento –a través del diálogo- que tenemos para aquellos que nos rodean. A diferencia del gorila que actúa violentamente cuando se siente amenazado por otro miembro de su especie o de la cebra que corre ante el más mínimo movimiento de los pastizales, el ser humano es capaz de distinguir las amenazas e incluso de indagar la causa del movimiento del pastizal por sobre los instintos de miedo que lo llevarían a la huída.

Así como los seres humanos hemos cambiado e incluso evolucionado, también lo han hecho las instituciones que desde el inicio nos han acompañado; instituciones como la familia, la creencia religiosa, el Estado o el simple lenguaje están en constante cambio en tanto están vivas. Aquellos que marchan cual vulgar ganado azuzado por sus pastores –que no su Dios-, aquellos que desean implantar una sola y única verdad destruyendo ruinas arqueológicas del medio oriente –y causando una crisis mundial de refugiados-, aquellos que son incapaces de encontrarse a sí mismos en el otro son el inicio de lo que ellos mismos condenan: son el inicio de la pérdida, de la depravación, de la perversión y de la debacle de la especie humana.

Escrito por Erick Aguilar

 Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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Editado por Resilientemagazine