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Desde  Acapulco, viajero

Al tiempo de caminar por la vida, me encontré caminando por la costera Miguel Alemán en Acapulco, Guerrero. A más de 25 años de no pisar el histórico puerto de Acapulco la novedad se deja ver en cada esquina. La historia nos dice que, durante la época de la Colonia, Acapulco fue el refugio y destino de muchos esclavos negros que escapaban de la brutal actividad minera de Taxco. En su momento Acapulco fue uno de los principales enclaves de población afrodescendiente. Por otra parte, Acapulco fue el único puente comercial entre las filipinas y la Nueva España gracias a las corrientes marinas por las que navegaba la ya conocida Nao de China en su peligrosa travesía por el Pacifico. Imaginemos la importancia del puerto para la lucha de Independencia del siglo XIX al grado de que fue el gran Morelos quien se ocupó del sitio y posterior toma del puerto.

 

En el siglo pasado Acapulco fue una especie de pasarela mundial, donde famosos internacionales conocían lo mejor de México. Jefes de Estado, millonarios, representantes de la cultura y demás próceres obligadamente se asoleaban en la perla del pacífico. El mismo Johnn Weissmüller, una de las primeras superestrellas de Hollywood gracias a su personaje de Tarzán, construyó su residencia en Acapulco y radicó aquí hasta su muerte. La casa aún se puede visitar en el actual Hotel Flamingos.

 

Hoy, Acapulco intenta reponerse de un obscuro periodo de abandono gubernamental, abuso comercial, violencia criminal y degradación medioambiental. Si bien aún muchos hoteles lucen una boyante actividad turística, existen grandes construcciones abandonadas en sitios que parecerían ser idóneos para el comercio. Aún se observan militares fuertemente armados, aunque discretos en su pasar. Y pese a todo esfuerzo de limpieza, aún flotan manchas marrones a unos metros de las playas “privadas” de los hoteles.

 

En fin Acapulco es quimérico, sin pies ni cabeza en su ¿nueva? traza urbana. La sólida historia del puerto, encerrada en el museo del Fuerte San Diego, no es competencia para las superfluas pero seductoras atracciones que encandilan turistas. Con sus clavados en la quebrada y sus puestos nocturnos de hotdogs, con sus puestas de sol y sus caminatas de playa al amanecer, con sus niños jugando en la arena y sus mantarrayas flotando a unos metros de ellos, el puerto de Acapulco se va inscribiendo en mi memoria. Difícil será olvidar las tardes de chela y huachinango, de abuelas y nietas perdidas, de olas que revuelcan y de grata y familiar compañía de aquellos quienes por largos años han amado al puerto y que hoy desean compartirlo conmigo.

 

Escrito por Erick Aguilar

 

Aprendiz de ser humano, viajero en capacitación, bibliófilo consumado y sociólogo consumido

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