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¡Así sí, maldito!

Me especializo o hago de todo, esa sería la pregunta cartesiana del siglo XXI. Y la razón es muy sencilla. Pensamos que una es mejor que la otra. Lo que no sabemos es cuál o cuándo una es mejor que la otra. Creemos tener la respuesta sin embargo, sabemos muy en el fondo que la recomendación es como las gelatinas: unas cuajan y otras no. O como las vacas, unas gordas y otras flacas, o como ver al Real Madrid: uno sabe que puede ganar por 5 goles y al mismo tiempo uno sabe que en el segundo tiempo, lo pueden empatar o hasta ganarle.

 

La pregunta es similar a todo negocio que quiere ser especial por algo en específico. «A mí me conocen por precio: soy el más barato de por aquí. La calidad, bueno eso es otro tema». O bien, «yo vendo pura calidad porque es mi compromiso y me interesa que los clientes vengan sabiendo que se llevarán un bueno producto o servicio». Y los más visionarios dicen: «yo creo en la relación calidad-precio», teniendo su sinónimo en el «ni tan caro» o «barato pero da el gatazo» o bien «no me puedo quejar, me salió bueno el Tida». Algo así, es la decisión más difícil, sin realmente serlo.

 

Lo que complica todo es cuando llegamos los consultores de negocios y decimos: «no, tienes que tener más atributos de valor agregado» y vemos la cara de what tan común como lo es en toda persona que sale de cualquier vagón de metro a hora pico. Precio, bien. Calidad, bien, Calidad-precio, mucho mejor. Pero, decimos, «te faltan cosas: impacto social, comercio justo, respeto ambiental, innovación, tendencias del mercado», y mil términos más que tenemos para confundir más al más divagante de los deambulantes. Prometemos que no lo hacemos con mala intención. En verdad, creemos que ese es el camino del futuro y que esa es la forma para llegar a más gente y más mercados. Otra cosa es que el mundo nos haga caso siempre y se ajuste a nuestras predicción. ¡Maldito cuando no!