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Nadie nace con la idea de quitarse la vida. En el 2017, en Coahuila ha habido 73 casos de suicidio

Todos alguna vez en la vida nos hemos visto rebasados por emociones, pero ¿qué sucede cuando esas emociones continúan latentes rebasándonos cada vez más? Las personas que consideran el suicidio como opción dan constantes señales que indican están pidiendo ayuda. Comentarios de otros tales como, «Está insoportable», «¡Llora por todo!» o «No le hagas caso, ¡quiere llamar la atención!», nos indican por supuesto que alguien necesita atención. El llanto, la tristeza, el silencio, nos dicen algo, pueden ser un grito de ayuda o de liberación.

 

Nadie nace con la idea de quitarse la vida. Las víctimas de suicidio lo hacen a fin de alejarse de alguna situación agobiante que consideran no pueden manejar debido a la carga emocional que les representa. Buscan alivio al rechazo, a la culpa, a la pérdida, a la soledad. Ya sea por hechos considerados como graves relacionados con la pareja, familia, empleo, situación financiera o de salud relacionada con padecimientos de enfermedades físicas graves. Las personas que intentan suicidarse adicionalmente pueden o no haber sido diagnosticados con trastorno bipolar o de personalidad, esquizofrenia, estrés post traumático, depresión o bien presentan antecedentes de consumo de drogas y alcohol, así como conductas de autoagresión.

 

En lo que va del 2017, en Coahuila hay 73 casos de suicidio. Entre las diversas actividades que nos ocupa la vida diaria, los horarios de trabajo y escuela, el uso de redes sociales, el cansancio y agobio con nuestros problemas a manera individual, entorpece significativamente la comunicación y relación con los demás. Es importante reestructurar hábitos para generar un cambio positivo en nuestra dinámica familiar y con nuestro entorno. Detenernos un momento a conocernos mejor, e interesarnos por nuestras emociones, sentimientos e inquietudes. ¿Sobre qué charlamos en casa y con los amigos?

 

En algún momento de la charla preguntemos, ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?, ¿qué sientes?, ¿puedo hacer algo por ti?, ¿qué puedes hacer para que te sientas mejor? ¿te puedo ayudar con eso?, y nos quedemos satisfechos con la parca y llana respuesta del «bien, gracias», «todo bien». Seamos más específicos. Y si no hay respuesta recordemos que el silencio también comunica. Hay personas que no preguntan por temor a no saber manejar la respuesta a no saber qué decir. Pero en realidad no vamos a dar terapia, ni a criticar, tampoco a generar la respuesta a sus problemas, únicamente vamos a poner atención y en caso de detectar alguna situación de riesgo hay que comunicar o invitar a acudir con algún profesional a fin de prevenir la agudización de la situación e incluso el suicidio.

 

Lo importante es no juzgar y escuchar atentos cuando otro tiene algo que decirnos. Pueden parecernos fácil de resolver sus problemas. Sin embargo entendamos que cada persona posee una percepción distinta. Minimizar sus problemas, solo perjudicará al otro pues dejará de comunicar, al sentirse juzgado. Y pensará que consideramos sus problemas poco importantes. Al final termina desvalorizado y aún más inseguro para resolverlos. La familia y nuestro entorno desde pequeños nos apoyan a desarrollar habilidades para el afrontamiento de estrés. De tal modo que a medida que vamos creciendo podamos sin vergüenza asumir, reconocer y exteriorizar emociones e identificar la situación que origino nuestro sentir. Esto nos permite comprender cada elemento, recuperar nuestro equilibrio y generar soluciones más efectivas para cada problema. Todos tenemos algo importante que decir. Si alguien se acerca a compartir contigo alguna inquietud, problema o situación preocupante, significa que inspiras en esa persona la confianza y respeto para hacerlo. Solo falta tu voluntad y humildad para escucharle atento y corresponder.

 

Escrito por Araceli Guerrero